portada nota 24.3.21

POBREZA, JOVEN Y MUJER.

¿De qué hablamos cuando hablamos de feminización de la pobreza?

Escriben Carla Jenisse Coitiño Noble y Noelia Acosta.*

En el Mes Internacional de la Mujer y en el que reivindicamos las luchas históricas por la defensa de los derechos humanos creemos necesario, más que nunca ,debatir acerca de los conceptos que se construyen alrededor de determinadas problemáticas que nos tienen a las mujeres y disidencias como protagonistas; sobre todo cuando entendemos que: “Quién domina, nomina”.

POBREZA, MUJERES Y DESIGUALDAD ESTRUCTURAL

Este fenómeno, conocido como la feminización de la pobreza se refiere a aquellos mecanismos y barreras sociales, económicas, judiciales y culturales que generan que las mujeres y otras identidades disidentes se encuentren más expuestas al empobrecimiento en nuestra calidad de vida.

Enseña Silvia Federici, que la «feminización de la pobreza»  es el primer efecto del desarrollo del capitalismo sobre las vidas de las mujeres.

En tal sentido opina que: “…en la era del ordenador, la conquista del cuerpo femenino sigue siendo una precondición para la acumulación de traba­jo y riqueza, tal y como lo demuestra la inversión institucional en el desarrollo de nuevas tecnologías reproductivas que, más que nunca, reducen a las mujeres a meros vientres”.[1]

Específicamente este concepto comenzó a utilizarse en los 70 para visibilizar que la pobreza económica afecta más a las mujeres que a los hombres.

Según Naciones Unidas, el 70% de las personas pobres en el mundo son mujeres. Además, una de cada cinco niñas en el mundo vive en condiciones de extrema pobreza. Esta es una tendencia que en nuestro continente sigue en franco aumento.

En Argentina, como en muchos otros países, la pandemia puso de manifiesto que sus efectos secundarios, como la pobreza, golpean más a los hogares con niñes donde el principal ingreso económico lo genera una mujer y en los hogares monoparentales, que en su mayoría también tienen una jefa de hogar.

Según el último informe del INDEC de 2020, el 40,6 % de los hogares argentinos son pobres, entre los que se encuentra el 10,5% de hogares en situación de indigencia. Vale tener en cuenta que la pobreza afecta más a les niñes y a les jóvenes, así según este informe el 30,9 % de les niñes entre 0 a 14 años es pobre y el 28 % entre les jóvenes de 15 a 29 años es pobre.

Geográficamente los mayores bolsones de pobreza se ubican en el Noreste (NEA) y en la región del Gran Buenos Aires (GBA).

Cabe agregar que según un informe UNICEF de septiembre de 2020: “Las mujeres con hijos e hijas, jefas de hogar, son más pobres que los varones en igual situación”.

Podemos constatar estos datos si consideramos, por ejemplo, que quienes están a la cabeza de los hogares en los barrios son las mujeres, información que surge de nuestro Indicador Familiar de Acceso a la Alimentación (IFAL). Un relevamiento que realizamos entre junio y septiembre del 2020 a más de 20 mil hogares de barrios populares de Argentina en donde quienes contestaron fueron en un 91,9 % mujeres, el 9,9% hombres y 0,2 % disidencias.  

Pobreza estructural
Según la UCA: La pobreza estructural afecta a casi seis de cada diez chicos en el país

POBREZA. BRECHA DE GÉNERO Y TRABAJO

Debemos dejar en claro que la pobreza aumenta la brecha de género y esta genera a su vez pobreza. Por eso, la brecha de género y la pobreza son dos desigualdades interconectadas que vulneran los derechos de las mujeres. A la vez forman un círculo que es preciso romper: «la pobreza aumenta la brecha de género y la desigualdad de género provoca pobreza».

Creemos que la construcción de los géneros femenino y masculino son justamente eso, una construcción/creación social, por ello nos reafirmamos en la convicción que la posición de la mujer no está dictada por la naturaleza, por la biología o por el sexo, sino que es una cuestión que depende de un artificio político y social.

A partir de dicha premisa, y entendiendo al género como una categoría de análisis, podremos desentrañar y debatir “verdades” supuestamente “universales”.

Hay que poner en jaque todas aquellas teorías que sólo cuestionan los roles de género en el ámbito público, mientras que en la esfera privada se silencian, naturalizando la división sexual del trabajo, ignorando u ocultando que ambas esferas forman parte de una misma construcción.[2] Como veremos, lo privado y lo público, lo social y lo político tienen que ser reconceptualizados.

Aunque las sociedades han avanzado aceleradamente en los últimos tiempos, la asociación de la mujer a lo natural, como reproductora y en el ámbito privado, en oposición al rol masculino, sigue vigente. ¿Pero qué sucede cuando en esta etapa histórica llamada posmodernidad[3] por unxs y modernidad líquida[4] por otrxs, estallan las instituciones emblema de la modernidad, en las que la mayoría de las generaciones precedentes han sido socializadas y educadas?

¿Qué sucede cuando instituciones como la familia nuclear y el matrimonio (instituciones carnalmente emparentadas al surgimiento de la propiedad privada) no funcionan como ordenadores o contenedores de los deseos de mujeres que son cabeza de familia, que trabajan, que entienden la realidad de otra manera, porque habitan la praxis de la misma y no las teorías? Debemos tener más presente que nunca que la división social del trabajo, que instauró el capitalismo, tiene su origen en la división sexual del trabajo.

Existe, en esta sociedad patriarcal, una organización del trabajo por género: las actividades de reproducción social son atribuidas a las mujeres y se identifican con su naturaleza. Son labores históricamente no remuneradas, como la crianza, el cuidado de lxs mayores, los quehaceres del hogar, etc.

Estos supuestos se trasladan directamente al mercado del trabajo, en donde las mujeres no acceden en gran número a altos cargos dentro de empresas, sino que son quienes continúan realizando las labores para las que fueron educadas, esta vez a cambio de una remuneración. Remuneración por lo general, de entre las más bajas del mercado.

Hoy las relaciones de poder desiguales de género tienen como consecuencia la sobrecarga de trabajo no remunerado y de cuidados sobre las mujeres.

En todo el mundo el sistema patriarcal y la perpetuación de los roles de género fomentan desigualdades sociales, culturales y económicas que generan pobreza.

La desigualdad laboral es uno de los principales factores que potencian la feminización de la pobreza con salarios más bajos, trabajos no remunerados y mayor tiempo dedicado a los cuidados. Un trabajo que pocas veces es reconocido y valorado.

Al respecto, Amnistía Internacional señaló que: “A nivel mundial, la brecha salarial entre hombres y mujeres es del 24%.”

ALGUNOS DATOS ALARMANTES

Como lo mencionamos anteriormente, el no reconocimiento de las tareas de cuidado y domésticas, asumidas mayoritariamente por las mujeres, construye los cimientos de la desigualdad económica: las brechas salariales, la exclusión o flexibilización en el mercado laboral, la dificultad para capacitación o especialización, entre otras.

A partir de la pandemia de COVID 19, quedó al descubierto la profundización de las desventajas económicas y fundamentalmente la sobrecarga en las espaldas de las mujeres las tareas reproductivas.

A continuación, pasamos a detallar algunos datos que evidencian todo lo que venimos diciendo. Estos datos fueron aportados por una investigación realizada por el Observatorio «Mujeres, Disidencias, Derechos» del espacio de mujeres y disidencias MUMALÁ en mayo del 2020.

EN LOS HOGARES:

*50 % de las encuestadas tiene niños, niñas o adolescentes a cargo.

*14% de las encuestadas tiene personas mayores a cargo.

*7% de las encuestadas tiene personas con discapacidad a cargo.

 TRABAJO REMUNERADO:

*Solo el 43% ejerce o desarrolla trabajo remunerado durante la cuarentena, cumpliendo en promedio una jornada laboral diaria remunerada de 4 horas y 49 minutos.

*El 35% lo hace de forma autogestiva o independiente.

*El 75% de las encuestadas refiere que disminuyó el ingreso de dinero en su hogar durante la cuarentena.

Si de las encuestadas travestis trans hablamos: el 100% refiere que disminuyo el ingreso de dinero en su hogar.

 TRABAJO NO REMUNERADO:

*En promedio las mujeres con hijas/os/es y con pareja e hijos/as destinan 10 horas diarias a las tareas domésticas. Las mujeres que viven solas, exactamente la mitad.

*Si tienen a su cuidado a personas mayores, se le suman 82 minutos (1 hora y 22 minutos). En el caso de personas con discapacidad se le suman a esa jornada 125 minutos diarios en promedio (2 horas y 5 minutos).

*Esas tareas de cuidado son compartidas con otro adulto en el hogar en menos del 40% de los casos.

*El 58% de las mujeres que viven solas con hijos/as refirió no destinar horas para navegar en internet o redes sociales. Asimismo, la mitad de ellas no dedica tiempo al estudio o capacitación.

*El 52% de las mujeres que viven en familia con pareja y/o hijos/as, no destina ninguna hora a la realización de deportes. El 40% de ellas tampoco dedican minutos al estudio o formación.

*Triple jornada laboral: 1 de cada 10 participa en actividades comunitarias en el periodo de aislamiento social, y son aquellas con pareja e hijos/as las que le dedican mayor cantidad de tiempo a a estas tareas.

A toda esta información estadística, hay que añadirle que la recaudación de impuestos en nuestro país aún sigue siendo regresiva y pesa sobre quienes menos capacidad contributiva tienen, las personas en situación de pobreza, que son sobre todo las mujeres.

Es más, “las mujeres utilizan gran parte de sus ingresos en productos de primera necesidad, debido a su rol de cuidadoras de personas dependientes, por lo que el peso regresivo de los impuestos al consumo (el IVA, por ejemplo), cae fuertemente sobre ellas. Y las brechas salariales aumentan si son analizadas desde los niveles educativos, de sexo, de origen y étnicos”[5].

REFLEXIONES FINALES

Las dimensión política del género saca a la luz las relaciones desiguales de los géneros: las posibilidades, jerarquías, acceso a los recursos materiales y simbólicos son asimétricas, por lo que en el desarrollo socioeconómico, cultural, y en general en la vida misma, las mujeres son las más desfavorecidas. Y no olvidemos que en nuestra desangrada Latinoamérica, las desigualdades y brechas de género se ven aumentadas por el surgimiento de nuestras sociedades, a través de la conquista y la colonización.

La intersección entre la desigualdad de género y otras brechas de desigualdad como las basadas en la etnia, clase, orientación sexual y territorio no terminan de ser abordadas en profundidad por el enfoque actual de las políticas públicas en América Latina. Sin un enfoque sistémico la desigualdad de género no podrá ser revertida, solo será reproducida.

Por otro lado, cabe tener en cuenta que reconocerle un valor a ese trabajo que no recibe remuneración, (porque  hay un entramado de creencias que se lo niega), implica primeramente hacer un replanteo de las teorías económicas.

Pero también, conlleva, que les operadores de la justicia y agentes de la Administración Pública, asuman una nueva mirada sobre las premisas que manejan.  Y de hecho, esto no es algo tan novedoso, la concepción, favorable a asignar valor al esfuerzo de las personas en el hogar, guarda concordancia con la filosofía, texto y fundamentos del actual Código Civil y Comercial de la Nación.

En efecto, en los “Fundamentos” expuestos por la Comisión Redactora para acompañar al Anteproyecto de Código, se hizo alusión al reconocimiento del valor del aporte de las mujeres a la sociedad mediante la asignación de valor a las tareas de cuidado (cfr. art. 660 del Cód. Civ. y Com. N.), entre tantos otros factores relevantes[6].

Ello guarda afinidad con el art. 11 de la CEDAW, que prevé que los Estados partes adoptarán todas las medidas apropiadas para eliminar la discriminación contra la mujer en la esfera del empleo a fin de asegurar en condiciones de igualdad los mismos derechos a hombres y mujeres, reconociéndose, entre otros, el derecho a igual remuneración y prestaciones, y a igualdad de trato con respecto a un trabajo “de igual valor”. (Cfr. inc. d-, en lo pertinente).

En el sentido que venimos hablando, recientemente la justicia civil de Rosario (9/03/2021) resolvió que: “Los denominados «quehaceres del hogar», tienen un valor económico que debe ser reconocido de manera efectiva y palpable. (…) El trabajo no remunerado es esencial para que cada día se reproduzca la fuerza de trabajo, sin la cual el sistema no puede subsistir. Es decir, el funcionamiento económico se recuesta en la existencia de ese trabajo, que como muestran múltiples encuestas, está muy mal distribuido entre varones y mujeres. Esta situación, además de ser injusta, implica una serie de desventajas a la hora de la participación económica de las mujeres, y explica la persistencia de la desigualdad económica del género”.

Sabemos que las políticas públicas con perspectiva de género tienen una función «redistribuidora» en las sociedades. Sin embargo, las políticas públicas llevadas a cabo hasta el momento demuestran no ser totalmente eficaces. Ya sea por falta de un marco de formación teórico/practica más completo de les agentes del Estado; que permita asignar horizontes para el cumplimiento de metas palpables. Por el cual, esas nobles normas que ya mencionamos no se reduzcan a promesas o «letra muerta» y se plasmen de una vez por todas en la realidad.-

* Carla Jenisse Coitiño Noble es Profesora de Comunicación Social  e integra el equipo de comunicación del ISEPCI.

*Noelia Acosta es Abogada, mg. en Derecho Administrativo, docente UBA y parte del equipo nacional de investigación del Instituto.


[1] FEDERICI Silvia. “Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación”. Ed. Tráficantes de Sueños. Madrid 2010.

[2] Cfr. Pateman Carole. “El Contrato Sexual”. Colección Filosofía Política. Pensamiento Crítico/ Pensamiento Utópico. Ed Anthropos. Izatapalpa- México. 1995

[3] Según autores como Althusser,  Lyotard, y Butler entre otros.

[4] Término utilizado por el sociólogo Zygmunt Bauman,

[5] Según Informe de  la ONG ELA http://www.ela.org.ar/a2/index.cfm?aplicacion=APP187

[6] El nuevo Código Civil y Comercial “registra” y considera a una serie de sujetxs que, con anterioridad, no habían tenido una recepción sistemática, como ser: la mujer, el niño, las personas con capacidades especiales, el consumidor y muchos otros.