*Por Nicolás Schteimberg
En un contexto de disputa política irresuelta, la sociedad chilena sigue rigiéndose bajo principios neoliberales establecidos largo tiempo atrás.
Desde 2020 hasta la fecha de escritura de esta nota (marzo de 2024) Chile ha tenido siete procesos electorales, con resultados de los más diversos. En algunos casos se han dado resultados inéditos donde nuevas fuerzas a la izquierda de la histórica Concertación fueron victoriosas. En otros casos, el escenario cambió de la mano de fuerzas a la derecha de los históricos UDI y Renovación Nacional, que ganaron o llegaron a la segunda vuelta.
Esta volatilidad donde izquierda y derecha van cediendo turnos para ganar elecciones nos hace preguntarnos si no se está conformando lo que podríamos llamar un empate hegemónico en la política y la sociedad chilena.
El empate hegemónico
El concepto de empate hegemónico surge de algunos autores como una manera de analizar y comprender el proceso político y social de Argentina entre los años 1955 y 1976. El sociólogo Juan Carlos Portantiero define este concepto como una situación de “empate” entre dos fuerzas sociales y políticas. Cada una de ellas tiene la capacidad de impedir el avance del proyecto de la otra fuerza, pero no los recursos suficientes para imponer su propio proyecto.
Esta situación tiene como resultado el fracaso constante de parte del Estado para establecer cualquier tipo de dominación, o incluso establecer cualquier tipo de Estado.
Repasando los resultados de los procesos sociales y electorales de los últimos 5 años en Chile, ¿Podemos hablar de un empate hegemónico?
La trampa del milagro chileno
Por supuesto que la pregunta es capciosa. El concepto fue construido para analizar otro tipo de período, con décadas de desarrollos históricos. Es algo forzado utilizar el mismo concepto en un período de tan solo 5 años. Sin embargo, es posible llegar a algunas conclusiones interesantes.
Retomando una nota anterior de El Patio Trasero, la transición de dictadura a democracia a comienzos de los ‘90 marcó la cancha fuertemente al juego político. La gestión económica del gobierno militar no era percibida de manera negativa por las élites ni por una porción importante de la población. Esta se caracterizó por sus políticas de mercado: privatización, apertura al comercio exterior, entre otras medidas. Tal fue el supuesto éxito de estas medidas, que incluso hasta el día de hoy muchos admiradores lo llaman el milagro chileno y promueven su imitación.
Comenzada la transición, debido a esa percepción y a la fuerza que todavía mantenía el estamento militar, los gobiernos siguientes mantuvieron y profundizaron (en mayor o menor medida) este modelo neoliberal.
Mucho hay escrito sobre cómo se construyó este mito del milagro chileno. Podemos resumirlo diciendo que la base de la trampa es mirar solamente el crecimiento de una economía y no el desarrollo de un país. Es cierto que en promedio el PBI de Chile creció durante la dictadura y los años posteriores de neoliberalismo. Pero ese dato oculta varias cuestiones. Por un lado las sucesivas crisis como la de 1982, considerada “la peor crisis desde 1930”. Se consideran mucho las recuperaciones, desestimando las caídas. Por otro lado, que ese crecimiento sostenido en los años ‘90 se debió mayoritariamente a la explotación y exportación de cobre y litio, ya que tenían un alto precio en el mercado internacional. El problema de esto es que deja la economía chilena vulnerable a los precios de estas commodities. Por último, y no menos importante, ese crecimiento no fue distribuido de manera igualitaria. Chile es el segundo país más desigual de la OCDE. Los ingresos del 20% de la población más rica son 10 veces mayores que los del quintil más pobre. Ni hablar de la dificultad de acceso a servicios básicos como educación y salud.
No son 30 pesos, son 30 años
Si bien en las últimas décadas hubo una sutil mejora en algunos indicadores respecto a los años de la dictadura, ya son muchos años de implementación de un modelo que enriquece a unos pocos y empobrece a la mayoría. A pesar de haber tenido antecedentes como la revolución pingüina de 2006, recién en el 2019-2020 este modelo pareció estallar. Las movilizaciones populares duraron meses y dejaron muy en claro esta problemática. Parecía que finalmente luego de 30 años de la transición la profundización del modelo implantado por la dictadura se había agotado. Lo cual se tradujo en el reclamo de una nueva constitución. Foja cero. Entonces, ¿Cómo se tradujo ese estallido en la realidad social del país? ¿Se logró construir una contra hegemonía, o al menos contrarrestar el neoliberalismo existente?
Analizando el gobierno de Boric, es difícil argumentar que ese sea el caso. Los académicos Frank Gaudichaud y Pablo Abufom lo describen como un gobierno definido por su “ausencia de voluntad de enfrentarse a los sectores dominantes y empresariales (…) sin ningún vínculo real con los sectores obreros y subalternos”. Esto se vio reflejado en su fracaso de lograr que la ciudadanía apruebe la Constitución progresista surgida de la primera Asamblea Constituyente.
A esto se le suman otras situaciones perjudiciales para su imagen en la población. Por un lado, el Caso Convenios. Un caso de corrupción por el cual renunciaron funcionarios, y otros enfrentan causas penales[1]. Otra situación conflictiva es su posicionamiento geopolítico. Su alineamiento a Estados Unidos en algunos casos como el de Venezuela, genera dudas y el recrudecimiento de las internas dentro de su gobierno. Lo cual queda demostrado por ejemplo con las declaraciones del Alcalde de Recoleta y ex pre-candidato a Presidente Daniel Jadue, que si bien pertenece al Partido Comunista (parte de la coalición gobernante) declara que “Hay partidos que teniendo “nombre” de superación del capitalismo, hoy no tienen ninguna convicción de aquello”.
Pero una de las problemáticas más presentes en la sociedad es la inseguridad. El historiador Marcel Casals comenta cómo durante el mandato de Piñera entraron cientos de miles de migrantes venezolanos. Esta migración se habría explicado mucho más por términos ideológicos para debilitar a Venezuela que por razones humanitarias. “La falta de infraestructura estatal para recibir a los inmigrantes y las duras condiciones de marginación social y hacinamiento —sumadas a las extremas dificultades económicas de muchos chilenos— provocaron que la delincuencia y la violencia aumentaran a niveles desconocidos para los estándares locales”.
A esta cuestión se le suma la tensión en la Araucanía. Durante el gobierno de Piñera se desarrolló una política de construcción de un enemigo público en los sectores mapuches que reclamaban sus derechos. De hecho, una de las propuestas de la Constitución rechazada que causó más repudio en sectores conservadores fue la de los Tribunales de Justicia Indígena. Sin embargo, el gobierno de Boric no solo no intentó revertir esta construcción, sino que continuó su represión, defendiendo a carabineros, y criminalizando su protesta.
¿El sistema centrípeto?
¿Cómo explicar lo cambiante de los resultados electorales en Chile? Una posible respuesta es la de un corrimiento de las prioridades del electorado. Si en 2019-20 la principal preocupación eran los años de desigualdad, y la formulación de una nueva constitución política; las prioridades pasaron a ser la inseguridad, la inmigración y el costo de vida. El gobierno de Boric no se habría adaptado efectivamente a esas nuevas prioridades. Y al hacerlo tarde y de manera inefectiva se gana el rechazo tanto de sus opositores como de sus propios votantes
En la Ciencia Política se suele hablar de sistemas de partidos centrípetos y centrífugos. Un sistema centrípeto es aquel que las fuerzas políticas tiendan a juntarse en el centro, habiendo así pocas diferencias entre los sectores efectivos de izquierda y derecha. Un sistema centrífugo es, en cambio, un sistema polarizado, con partidos que tienden hacia los extremos del espectro ideológico. Podríamos decir que Chile históricamente tuvo un sistema del primer tipo, con un frente como la Concertación incluyendo al Partido Socialista y la Democracia Cristiana, no tan lejano del UDI. Desde 2020, podríamos decir que se trata de un sistema más centrífugo, más extremo. Que pasa de una elección presidencial y constituyente progresista a resultados casi opuestos. ¿Qué efectos tiene esto en la hegemonía neoliberal que mencionamos más arriba?
¿Tras haber hecho el análisis de los resultados electorales, y los resultados parciales del gobierno de Boric, se puede decir que se ha roto la hegemonía construida desde la dictadura militar?
Sí se dio un corrimiento hacia los extremos, pero no un sostenimiento de políticas populares que permita desarticular tantos años de construcción neoliberal para construir otra alternativa integrada al resto de Latinoamérica en lugar de a Estados Unidos. Retomando la pregunta inicial de este artículo, en Chile tenemos quizá un empate político, pero no un empate hegemónico. Ninguna de las fuerzas (alejadas del centro en comparación a los últimos 30 años de la historia Chilena) es capaz de mantenerse en el poder y de implementar su proyecto. Pero la sociedad y la economía siguen rigiéndose bajo principios neoliberales establecidos largo tiempo atrás.
1 https://www.infobae.com/america/america-latina/2023/12/05/caso-convenios-claves-del-escandalo-de-corrupcion-mas-grave-del-gobierno-chileno-de-gabriel-boric
*Nicolás Schteimberg es licenciado en Ciencia Política, integrante del espacio «El Patio Trasero» y del área económica del ISEPCI. Contacto prensa: 11-36483667