DEBATES SOBRE EL LENGUAJE
Por Cecilia De Vecchi y Carla Coitiño.
Cada 25 de noviembre, desde el año 2000, se celebra el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. La violencia toma diferentes formas por lo que asumimos más pertinente hablar de violencias. Una de las menos visibles y más naturalizadas es la violencia simbólica.
Dentro de todas las especies de mamíferos que habitan nuestro planeta, una de ellas llega a este mundo de manera incompleta. No solo necesita del acompañamiento del resto de sus pares en los primeros instantes de vida para poder sobrevivir, sino que necesitan también de su cuidado durante varios años, años en los que se irán desarrollando los órganos y el cuerpo de les individues para poder valerse por sí mismes. Hablamos aquí de nuestra especie.
Al nacer, la cría humana no puede alimentarse por sí misma, ni trasladarse, ni siquiera pensar, lo que es un gran inconveniente para su subsistencia porque nace sin instintos. Llega a un mundo que ya existe. Un mundo que debe comprender. Y lo hace a través del lenguaje. De lo que sus pares, quienes lo reciben y lo atienden en sus primeros años de vida, le hablan. La cría humana aprehende el mundo a través de lo que Lacan llama el lazo social: el lenguaje.
Las conductas aprendidas en los primeros años de vida son muy difíciles de desestructurar. Aprendemos. Desde una visión sociológica, este aprendizaje iniciaría con nuestra primera socialización, en la familia. Para usar un término acuñado por la Antropología, nos endoculturamos a través del lenguaje. Así conocemos el mundo.
Cuando nacemos todo ha sido nombrado ya… pero ¿por quién? ¿Entonces podemos inferir que lo que no es nombrado no existe? Y si no es nombrado y no existe…no es escrito.
Siguiendo a Sigmund Freud en su libro “El malestar en la cultura”, podemos decir que la cultura es a la sociedad lo que el lenguaje es a los individuos: nos permite identificarnos, reconocernos, legitimarnos como parte de una sociedad. Y cada sociedad funciona a partir de los pactos que los diversos grupos que la componen asumen para vivir de la “mejor manera para el conjunto.”
Esa “mejor manera” puede ser una ilusión, que el grupo que logra imponer su cosmovisión hace creer al resto. Igualmente, sigue siendo un pacto que en mayor o menor medida cada integrante de esa sociedad sostiene. Esa dominación sutil, a partir de acuerdos se denomina hegemonía. Pero no nos engañemos, en esos pactos que no son totales ni calmos, los grupos siempre están en pugna y cambian a lo largo de la historia, en las diversas coyunturas.
La hegemonía se construye al nivel del lenguaje. En el discurso es donde se dirimen los sentidos que representan a los distintos grupos de la sociedad, que siempre pujan por volverse hegemónicos algunos, con ser alternativos o contra hegemónicos otros. Las palabras que usamos no siempre significaron lo mismo y no siempre lo significarán. Cambian, se reinventan, se inauguran, se clausuran. Si definimos a la comunicación como la construcción social de sentidos, deberíamos ver que existen palabras polisémicas y discursos diferentes que conviven armoniosamente o no en una sociedad, en una época determinada.
Existe un discurso hegemónico, que es el que nuclea los sentidos que la mayoría de las personas acepta como válidos o que por lo menos no repudia, aunque no esté de acuerdo con ellos. Entonces ¿esos sentidos, esas palabras que no ganaron la batalla dejaron de existir? No. Simplemente no son aceptadas. ¿Y qué sucede cuando lo que no es nombrado es un género entero que resulta ser además la mayor cantidad de personas en la población del planeta?
Las palabras no son solo una sucesión o combinación de letras. Se han ido llenando a través de los siglos de determinados sentidos, de simbología que las personas les damos. Son sentidos colectivos. ¿Qué sucede entonces con lo que no es nombrado o con lo que no es aceptado? Puede resistir, puede transformarse o desaparecer en el tiempo.
Su resistencia, de ser respaldada por el uso y representación de grandes sectores sociales, implicará ingresar en la puja por la hegemonía en el discurso y su exclusión será entendida como violencia simbólica. Porque como dice Marta Lamas, quien domina nomina. Y aunque no nos nominen existimos.
Y a quien no se nomina es el Otro de la Antropología, les distintes, les que ya no pueden ser encasillades en las estructuras históricas acerca de lo que una persona debe ser: las mujeres y las diversidades. No hemos aprendido en la diversidad quienes venimos de la cultura escrita, porque las diversidades no estaban nombradas, no existían. Seguimos mordiéndonos la cola. Es hora de romper el círculo vicioso.
Analizar y comprender el rechazo al lenguaje inclusivo es el primer paso para desarticular la situación. El desagrado hacia él, de ciertas generaciones, puede tener que ver con que han sido educados durante la era llamada grafósfera (escritura) y además durante épocas en que las teorías pedagógicas eran verticales, basadas en dicotomías como civilización/barbarie, en dónde como lo dice la palabra alumno, que proviene del latín alumni, quien aprende es un ser sin luz, que debe ser iluminado por quienes detentan el poder del conocimiento.
La a, la e, la x. el arroba
El feminismo pateó el tablero y el lenguaje no es la excepción. La “a”, la “e”, la “x”, el arroba. Pensamos. Repensamos. Estamos en crisis. El feminismo nos puso a pensar. Y descubrimos que no existe espacio dónde el patriarcado no esté presente. El lenguaje, por supuesto, no está exento. Pero de dónde proviene el lenguaje y por qué hay tanta resistencia al cambio.
Intentamos encontrar en la literatura alguna referencia que nos marque un camino. Pero no la hay. Aún en grandes autoras contemporáneas y de gran prestigio que han logrado romper con la estructura tradicional de esquema narrativo clásico, la o es preponderante.
Los grandes jueces de la real Academia Española nos dieron su veredicto, y cualquier texto que se precie de culto, debe seguir las reglas. No habrá modificaciones en los textos. Pero la batalla no está perdida. Y se van asomando en algunos textos, tímidamente, la a o la e. Hay una frase que dice, lo que no se nombra no existe. El mundo literario siempre fue un espacio masculino.
Sabemos que muchas autoras, utilizaron seudónimos, o les daban sus textos a sus compañeros varones porque sabían que ser publicadas no era posible. Virginia Wolf ocultó entre líneas su homosexualidad, y si pensamos en autoras argentinas, María Moreno nos allanó el camino pero a costa de perder el espacio asignado. Y ahí radica el problema. En la literatura siempre primaron los estereotipos: la buena mujer, madre y la puta en la marginalidad. Siempre narradas desde la visión masculina. La amante. La santa o el repudio social. Ahí comprendemos que el arte no está exento del contexto histórico social. Y pagamos un precio por ocupar espacios que no debemos. Por temor a no ser publicadas, a perder trabajos nos replegamos.
El lenguaje inclusivo nos nombra. No sólo a las mujeres sino a las disidencias. Pero ser las primeras en trazar camino no es fácil. En las redes sociales, en chats y en las reuniones sociales la e y la a molesta pero no incomoda. Podemos escuchar algún chiste de un familiar o un amigo que aún le cuesta, pero no pone en jaque nuestro sustento. Trabajar en edición e incluir la a o la e, no está permitido. Entonces recurrimos a nombrar todo, las frases son largas, las estructuras gramaticales no se sostienen.
Utilizamos la x como mejor opción. La sociedad cambió, el lenguaje evoluciona y en algún momento esta discusión académica deberá adaptarse y dejar de negar a las mujeres y disidencias en los medios de comunicación, en los libros, en los talleres, en los manuales de lengua, y también en la escritura creativa. En las redacciones no se utiliza y los medios siguen siendo manejados por hombres.
La gran pregunta es cómo hago para no perder el trabajo y mantener las convicciones. Mi respuesta es que siempre hay lugares donde podemos seguir dando batalla. Que podemos generar espacios propios sin perder el sustento. Que los cambios vinieron para quedarse, pero que aún nos queda mucho por desandar.
En algún momento el idioma castellano no era el mismo, porque la lectura estaba reservada para unos pocos, y sin embargo evolucionó. Que no vinimos a quitarle nada a nadie sino a ampliar posibilidades y dentro de ellas creemos que el lenguaje debe ser inclusivo. Pero aún no contamos con referencias de cómo hacerlo porque estamos siendo parte de ese cambio cultural e histórico.
Somos las que estamos escribiendo esta nueva sociedad y el lienzo en blanco siempre genera temor. Pero aún en el lenguaje sabemos que las letras son para las valientes. Así que esperamos con ansías el manual literario que contenga a toda la sociedad.
Desde estos rincones del mundo tenemos un doble problema, lo que implica la voluntad para realizar una doble deconstrucción simultánea: decolonizarnos y despatriarcalizarnos. Las ciencias, el conocimiento, la literatura son en esencia europeas. Adolecemos por estos lugares de un eurocentrismo extremo, incluso estamos convencidos que nacimos de los barcos que llegaron a estas tierras.
No podemos entender que hay muchas voces, voces que representan otras cosmovisiones del mundo. Culturas, mucho tiempo negadas, históricamente negadas, que buscan ingresar a la disputa desde el discurso, a través del lenguaje, para que en primera instancia sea reconocida su existencia.
Es urgente reflexionar acerca de lo dicho, porque como siempre el problema, a la larga, es político. No podemos reivindicarnos de izquierda, progresistas o hablar incluso de anarquía, cuando no solo le rendimos pleitesía a la benemérita RAE, sino que también, exigimos (lo que nos convierte en lo mismo que detestamos) que el resto de las personas hablen o escriban según dice esa institución foránea.
No nos da prurito negarles la existencia a millones de personas que han sido negadas, a sus historias, a sus luchas, a sus genocidios. Parece que no podemos soportar la libertad de quienes han podido romper miles de cadenas y construir conscientemente su propia identidad levantándola como bandera de lucha individual y de los colectivos “supuestamente” minoritarios a los que pertenecen.
Quizás no entendemos de qué se trata la libertad. O seguimos pensando en la libertad que pregonó la Revolución Francesa, absolutamente progresista para la época, pero que hablaba de ciudadanos, con o, de un ciudadano hegemónico: blanco, varón y acaudalado. Una fraternidad con derechos ideados para ellos mismos. Los únicos que tenían derecho al conocimiento. Estamos ante una nueva revolución y no podemos permanecer indiferentes.
#Lenguaje inclusivo #Literatura #Violencia simbólica
*Cecilia De Vecchi Escritora: Es Editora; tiene un postgrado en Escrituras Humanísticas y Sociales (FLACSO), y es Magister en género y violencia intrafamiliar (UNESCO).
Carla Cotiño. Es profesora de Comunicación Social e integrante del equipo de comunicación de nuestro Instituto.
Fuentes:
Primera socialización: https://web.politecnicometro.edu.co/wp-content/uploads/2021/08/Construccion-social-de-la-realidad-Berger-Luckman.pdf
Endoculturación: https://www.ecured.cu/Endoculturaci%C3%B3n
Decolonización: http://www.scielo.org.co/pdf/tara/n25/1794-2489-tara-25-00175.pdf