La transformación de maíz en carne porcina que propone el convenio en debate, es una oportunidad en el marco de un modelo productivo propio, que priorice los efectos sanitarios y agroecológicos que implica este emprendimiento de alta magnitud. Pero, el tema principal que debe diferenciarlo de una visión rentista del agronegocio, es quien se queda con la renta que genera.
Escribe: Rubén Ciani*
La firma de un convenio con el gobierno chino, por el cual el país asiático promovería inversiones en Argentina destinadas a la producción de carne porcina para abastecer su mercado de consumo, se presenta como una oportunidad de avanzar con agregado de valor en las cadenas agroalimentarias de origen local.
Sin embargo, también abre un debate sobre los límites que deben darse en el desarrollo de un modelo productivo con fuerte presencia de la agroindustria, especialmente en países que detentan ventajas comparativas agrícolas (debate que se puede extender a la discusión de la construcción de valor desde todos los productos primarios).
Las posiciones críticas apuntan, con fundamentos ciertos, a los problemas medioambientales y sanitarios que podrían generar las producciones agroindustriales de gran escala. Las mismas están asociadas al concepto de agronegocio, término que caracterizó en el presente siglo a la producción agropecuaria en Argentina y en la mayor parte del mundo.
Sin negar la validez de buena parte de las críticas realizadas, se presentan condiciones económicas y de mercado positivas, que deberían evaluarse en el diseño de un nuevo modelo de producción en Argentina. Estas condiciones económicas se pueden considerar como variables a maximizar sujetas al cumplimiento de reglas medioambientales y objetivos socioeconómicos de distribución de la renta e inclusión social.
Ciertamente, estas condiciones consideran el contexto histórico actual de los mercados, sin avanzar en los cambios posibles para la postpandemia, que aún son difíciles de predecir.
La información disponible sobre los términos del posible convenio
La información disponible sobre el convenio da cuenta de una “asociación estratégica” bilateral destinada a la producción en Argentina de 900 mil toneladas de carne porcina de alta calidad, para abastecer la demanda de China, a partir de la inversión mixta entre empresas de ambos países.
En términos de inversiones, los cálculos previos son de un mínimo de 3700 millones de dólares en cuatro años, destinadas para el armado 25 unidades integradas de 12.000 madres cada una
«Se trata de unidades cerradas que comprenden plantas de elaboración de alimento balanceado, biodigestores (generación de energía y bio fertilizantes), criadero ciclo completo, frigorífico exportador, proceso sin laguna de efluentes», reportan las oficinas de Senasa y Aduana.
La firma del acuerdo se postergó hasta el mes de noviembre del presente año, con el objeto de incorporar normas que aseguren la protección ambiental, los recursos naturales y la bioseguridad.
Datos del mercado porcino
La carne porcina es la más consumida a nivel mundial, por encima de la carne aviar y la carne vacuna. Su producción superó los 110 millones de toneladas en 2018, 10 millones más que la carne aviar y muy por encima de los 65 millones de toneladas de carne bovina.
Los países productores de carne porcina son sus principales consumidores. China absorbe casi la mitad del consumo mundial de esta carne, ocupando el segundo lugar la Unión Europea (UE) con el 20% y siguiendo en orden Rusia, Brasil, Japón, etc. En términos de consumo per cápita, la UE se posiciona como el principal consumidor con registros superiores a los 40 kilogramos, mientras que Estados Unidos y China rondan los 34 kg.
El gigante asiático se abastecía mayoritariamente de su producción interna, pero la peste porcina africana (PPA) registrada en ese país en 2018, causó una caída del 40% (alrededor de 100 millones de cabezas) en la oferta domestica, determinando un cambio en su estructura de aprovisionamiento, que lo llevó a aumentar drásticamente sus importaciones del producto congelado.
Entre 2017 y 2019 las importaciones chinas de carne porcina se incrementaron desde 1.2 a 2.0 millones de toneladas, en tanto que en términos de valor se duplicaron desde 2.200 a 4500 millones de dólares anuales.
Los países europeos, integrantes de la UE, fueron en el año 2019 los principales abastecedores mundiales de carne porcina a China, con un total estimado en 1.2 millones de toneladas (62%), seguidos de USA/Canadá con 417 mil toneladas (20%) y América Latina y el Caribe con 317 mil toneladas (15%). En América Latina, los principales proveedores son Brasil y Chile. Desde Argentina sólo se registraron exportaciones en 2019, con un volumen mínimo 1600 toneladas.
En relación a la producción porcina, Argentina en 2019 alcanzó las 629 mil toneladas, siendo destinada a la exportación sólo 25 mil toneladas. El sector observó una sostenida tendencia de crecimiento en el último decenio, asociada casi exclusivamente a la aceleración del consumo doméstico, como sustituto de otras carnes. No obstante, dicho consumo, sigue estando muy por debajo de los consumos tradicionales de carne vacuna y carne aviar: en 2019 alcanzó a 15 kg/hab./año, cifra que representa alrededor del 13/15% del consumo domestico de carne del país.
Como primer elemento de evaluación, debemos observar que uno de los alimentos esenciales a nivel mundial es precisamente la proteína porcina y que su consumo se realiza en un listado de países compuesto por grandes consumidores de alimentos de alta calidad, los denominados “países desarrollados”.
Por otra parte, es necesario destacar que los niveles de producción anual de los demás países consumidores, exceptuado china, son compatibles con modelos productivos de alta escala. Este es el caso de la UE que produce 24 millones de toneladas anuales y consume 20; en tanto que Estados Unidos tiene una producción de 12.6 millones de toneladas anuales y consume 10 millones (datos 2019).
Las cadenas agroalimentarias y el modelo productivo argentino
En una visión simplificada, se podría concluir que el modelo productivo argentino se compone esencialmente por un sector primario, con altas ventajas comparativas y bajo desarrollo en términos de cadena de valor, el que genera divisas pero tiene baja demanda de mano de obra. Y por un sector industrial globalizado, con alta demanda de mano de obra, pero con saldos comerciales externos negativos y alta necesidad de divisas.
Siguiendo este razonamiento simplificado y conociendo el histórico “cuello de botella” que significa la escasez de divisas en la economía argentina, una visión estratégica de modelo productivo debería considerar, entre otros temas, avanzar en el valor de las exportaciones del sector primario y su potencial agroindustrial, con el objetivo de obtener como mínimo las divisas necesarias que permitan sostener la demanda de mano de obra de los sectores industriales tradicionales.
A modo de referencia, si analizamos los datos del Intercambio Comercial Argentina (ICA) por sección de la Nomenclatura Común del Mercosur (NCM) en el trienio 2016-2018, podemos observar que las secciones II y III, que incluyen a los productos agropecuarios y agroindustriales, reflejan un saldo positivo entre exportaciones e importaciones del orden de los 22 miles de millones de dólares anuales. En oposición, las secciones XVI y XVII, que incluyen automotores y electrónicas, reflejan un saldo negativo que supera los 20 mil millones de dólares.
El avance en cadenas agroindustriales es un tema pendiente en la economía argentina. La evolución del agronegocio en el país, que se expresó en la sojización, avanzó muy poco en la generación de valor agregado agroindustrial.
Argentina participa en el 0.3% del valor de exportación mundial de bienes, pero dicha participación se eleva a 1.5% del correspondiente a productos agroindustriales. En 2019 exportó por un valor total de 65 mil millones de dólares, de las cuales el 60% eran productos agroindustriales, e importó por 49.0 mil millones de dólares. Las exportaciones, que se basan fuertemente en cantidades y no en precio, se concretaron a un valor unitario (precio implícito en términos FOB) de 511 dólares por toneladas, cifra que constituye sólo la tercera parte del valor unitario de las importaciones, el que ascendió a 1534 dólares por toneladas.
La estructura de las exportaciones argentinas se asienta en productos agroindustriales de bajo valor, cereales y complejos oleaginosos, estos últimos concentrados en la industria aceitera que presenta altas inversiones pero escaso valor agregado.
En 2019, el valor unitario de las exportaciones agroindustriales fue de 362 dólares por tonelada. Si desagregamos por producto dichas exportaciones, podemos observar que el 46% se concentraron en tres: pellets de soja, maíz y aceite de soja; con un valor unitario para el conjunto de 376 dólares por tonelada. Si consideramos a los productos con un valor unitario mayor a 2000 dólares por tonelada, carnes bovinas, pesca, alimentos, etc., la participación en el total exportado alcanzo al 18%.
El mismo ejercicio realizado con las exportaciones de Brasil, país limítrofe y con condiciones agroeconómicas de cierta similitud, nos muestra resultados diferentes y un desarrollo potencial diferente. El valor de exportaciones agroalimentarias del país vecino ascendió en 2019 a 76 mil millones de dólares, cerca del doble que el registrado en Argentina. El valor unitario de estas exportaciones asciende a 450 dólares por toneladas y los productos con valores unitarios mayores a 2000 dólares comprenden el 23% del total. Cabe destacar que Brasil exportó en 2019 carne porcina por un valor total cercano a los 1.500 millones de dólares y un valor unitario de 2.266 dólares por tonelada.
En suma, si el valor unitario de las exportaciones agroindustriales desde Argentina se situara en el nivel de Brasil, el valor de exportaciones totales crecería, en base a volumen exportado en 2019, en 8 mil millones de dólares.
La potencial exportación de 900 mil toneladas consolida el desarrollo de la cadena maíz – carne porcina argentina, apuntando hacia un aumento del valor agregado. En términos de exportaciones, una aproximación al cálculo de valor agregado es aquella que relaciona los coeficientes de transformación de grano en proteína porcina con los diferenciales de precios entre el producto básico y el producto procesado, en el mercado mundial.
Para producir un kilogramo de carne porcina se necesitan 2.26 kg de maíz; en tanto que en el mercado mundial el precio de la carne porcina congelada multiplica en 12 veces al precio de maíz exportado como grano. Estos dos vectores determinan, que el valor de exportación de carne porcina supere en cinco veces al correspondiente en grano de maíz necesario para su producción. A precios de mercado para el 2020, se puede estimar un incremento en el valor de exportaciones anuales cercano a los 2000 millones de dólares.
Por otra parte, el volumen acordado en el marco del convenio implica para el país una duplicación de su producción y un potencial de demanda de trabajo de 20.000 nuevos puestos.
Como segundo elemento de evaluación, debemos analizar la conveniencia de avanzar en las cadenas agroalimentarias, considerando nuestras ventajas comparativas y el potencial incremento neto de divisa que nos asegure el desarrollo de un proceso de industrialización en diferentes sectores.
Bajo el supuesto de continuar insertos en la economía global, el desarrollo agroindustrial nos permite avanzar en cadenas de origen local, con baja participación relativa de bienes importados en los procesos de producción.
Asimismo, los efectos del avance en las cadenas de valor agroalimentarias no se limita solamente el ingreso por exportaciones, ya que alcanzan también a mayor demanda de mano de obra, inversiones de envergadura e incorporación de la agricultura familiar como un factor de relevancia económica, destacándose en este caso el desarrollo de la agro-ecología en un contexto integrado con sectores económicos de mayor escala, así como orientado tanto el comercio interno como la exportación.
La potencialidad de China
Con la culminación de la Ronda Uruguay del Acuerdo General Sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT ,por sus siglas en inglés) y la conformación de la Organización Mundial de Comercio (OMC), hechos registrados a mediados de los años noventa, se sentaron las bases para la globalización de la economía mundial y el inicio del crecimiento de la participación de China en el comercio mundial, hasta alcanzar su actual posición de liderazgo.
Acompañando este ingreso al mercado mundial, el Partido Comunista Chino desarrolla en el siglo XXI un cambio en sus políticas, asentándose en las conquistas alcanzadas en el proceso revolucionario iniciado en 1950, pero con un objetivo distinto que tiene como uno de sus principales ejes, la ampliación de la población urbana de la nación y, en consecuencia, un cambio de dieta alimentaria, la que se desplaza hacia alimentos más ricos en proteínas y con requerimiento importados. Asimismo, el gigante oriental promueve un amplio proceso industrial orientado al mercado interno y especialmente a la exportación.
Durante el nuevo siglo (2001-2019), el valor de las exportaciones de China aumentó en nueve veces y el correspondiente a importaciones en 8 veces.
Los productos agroindustriales no alcanzan al 10% de las importaciones. El principal producto importado es el grano de soja, que comprende el 30% del rubro agroindustrial y sólo el 2% del total. En 2019 el valor de importación de grano de soja alcanzó a 40 mil millones de dólares, frente a solo 3 mil millones en 2001.
Como puede observarse en los números presentados, los productos agroindustriales no comprenden una porción relevante en las importaciones chinas. Se destaca el grano de soja como el de mayor importancia, el que es elaborado internamente para obtener pellet de soja que será utilizado como alimento forrajero de las producciones aviar, porcina y láctea.
Sin embargo, del análisis de los datos de importaciones agroindustriales chinas surge como elemento más relevante, el incremento observado de las importaciones de carnes procesadas, que se visualizaba con anterioridad a la PPA. Entre 2015 y 2019, el valor importado de carnes procesadas aumento en un 300%, alcanzado en 2019, con 18 mil millones de dólares, el segundo puesto en importancia de importaciones agroindustriales.
El tercer elemento de evaluación es como generar un flujo comercial con el principal mercado de consumo de alimentos, que es China, precisamente cuando enfrentamos indicios de una ampliación en volumen y productos de sus importaciones agroindustriales.
Como integrar esta posibilidad en el marco de una política de avance en el valor de las cadenas agroindustriales e incorporación de sectores populares como beneficiarios de esa renta adicional.
El tema de agro-negocio
El agro-negocio en Argentina hegemoniza su modelo productivo agrícola a partir del desarrollo de la biotecnología, del cual es pionero, y el fenómeno de sojización, que se caracteriza por el continuo aumento de la superficie cultivada con soja reemplazando otros cultivos agrícolas, desplazando a la producción ganadera hacia las zonas marginales y depredando bosques y montes naturales.
Este proceso mostró una fuerte aceleración durante el primer decenio del siglo XXI, en paralelo con el ingreso de China, actualmente el principal importador de soja, al mercado mundial. En dicho período, la siembra de soja en Argentina se elevó desde 8.8 millones de hectáreas en temporada 1999/00 a 18.8 millones de hectáreas en 2010/11. El 90 % del incremento observado en el decenio por la superficie cultivada con cereales y oleaginosas, corresponde a soja.
Paralelamente, en el plano internacional, las importaciones de grano de soja en China aumentaron desde 4 millones de toneladas anuales a 56 millones; en tanto que la producción mundial de soja lo hizo desde 160 a 264 millones; la correspondiente a Estados Unidos desde 72 a 90 millones y a Brasil desde 34 a 75 millones. Estados Unidos, Brasil y Argentina son los principales productores y exportadores mundiales, alcanzando una producción en el último ciclo 2019/20 de 97, 126 y 50 millones de toneladas respectivamente, en tanto que las importaciones de grano de soja desde China totalizan 98 millones de toneladas.
La evolución de la producción de soja fue diferente en cada uno de los países productores. En Estados Unidos los instrumentos de su Ley Agrícola (Farm Bill), que tienden mantener una diversidad productiva, dieron marco a un moderado crecimiento, limitado además por un programa de Conservación de Suelos (CPR) amplio y efectivo.
Brasil, que fue el último de los productores sojeros en autorizar el uso de biotecnología, desarrolló el cultivo con escasos límites medioambientales, pero manteniendo una oferta diversificada de productos agropecuarios, lo que lo ubica en posiciones de liderazgo en el mercado de exportaciones de otros granos, productos pecuarios y alimentos en general; además de abastecer un amplio consumo interno. En Argentina el agronegocio acotó la diversidad productiva y se desarrolló en un contexto medioambiental sin restricciones efectivas.
Ciertamente, para mantener el modelo del agronegocio, Argentina debe tener un Programa de Conservación de Suelos como Estados Unidos y una estructura institucional que fomente la diversidad productiva y asegure el abastecimiento interno como Brasil. En este nuevo contexto, no debería excluirse la conformación de cadenas cortas y locales, como plantea la visión productiva agroecológica. Estas seguramente operarán bajo condiciones ambientales óptimas, pero con baja escala productiva, compartiendo el espacio productivo con el agronegocio.
Se deberán elaborar políticas que integren los dos modelos (productos diferenciados, denominación de origen, etc.), en un mercado que permitió la reversión de los “términos de intercambio” de productos agrícolas, abasteciendo una demanda creciente de alimentos a partir de una producción de gran escala.
La contradicción no tiene que ver con un producto agropecuario en particular, sino que es entre productivismo y ruralidad. La elección de retomar la ruralidad, no debe asociarse con un retroceso en el proceso tecnológico, sino a una adecuación del mismo dentro de un modelo endógeno para el país, que ubique el bienestar del pueblo argentino en el centro de la escena y que asuma que el “derrame” de la acumulación de renta no existe.
La transformación de maíz en carne porcina que propone el convenio en debate, es una oportunidad en el marco de un modelo productivo propio, que priorice los efectos sanitarios y agroecológicos que implica este emprendimiento de alta magnitud. Pero, el tema principal que debe diferenciarlo de una visión rentista del agronegocio, es quien se queda con la renta que genera
El convenio tendría además de las ventajas ya enumeradas, un impacto adicional en creación de empleo, no solo por avanzar en la cadena de producción primaria-faena-frigorífico, sino además por promover otros sectores industriales vinculados en red, como por ejemplo construcción, transporte especial, congelado, etc. Asimismo, es importante considerar que la producción porcina no es extensiva y puede realizarse en regiones cerca de los las concentraciones urbanas, donde se localizan los sectores populares.
Estas condiciones, deberían ser la base para discutir también como se debe vincular con el desarrollo de la economía popular, considerando la participación en el mismo de cooperativas o granjas comunitarias, funcionales al proceso de inclusión social pendiente en Argentina.
#Carne Porcina #Producción
*Rubén Ciani Economista. Investigador del ISEPCi Contacto: 1156167088