“Enseñar no es transmitir conocimiento, sino crear las posibilidades para su propia producción o construcción” como nos enseñara Paulo Freire.
Escribe: Josefina Morello*
En estos tiempos, difíciles y de grandes cambios, de mirarnos y mirar a los otros, tiempos de pandemia y aislamiento social, quienes trabajamos en educación nos vemos interpelados.
La comunidad educativa en su conjunto se está viendo afectada, no solo porque los tiempos, los espacios y las formas de agrupamientos escolares se han modificado, sino porque para poder continuar con la enseñanza y el aprendizaje de los contenidos es necesario contar con recursos tecnológicos que hasta este momento no eran excluyentes.
Si acordamos que las prácticas educativas son prácticas sociales y por ende las instituciones educativas son instituciones sociales, ¿Cómo se reordena esta institución en tiempo de aislamiento social?
Estamos en un momento donde las paradojas o contrasentidos de la educación se revelan con más fuerza que de costumbre ¿Es posible que la educación lleve adelante su función de socialización en medio de un aislamiento social? ¿Es posible pensar en la formación ciudadana, en educar para la democracia, debatir sobre los derechos cuando hay quienes ven violentado su derecho a la educación por no contar con recursos tecnológicos y conectividad? ¿Es posible la construcción colectiva de saberes y conocimientos, acompañar y contener a estudiantes que no cuentan con tecnología?
La educación a distancia, las nuevas tecnologías y la conectividad son modalidades y herramientas cuya efectividad está sujeta a los diferentes contextos, pueden dar respuestas satisfactorias o no a cuestiones educativas, pueden garantizar o no el derecho a la educación, pueden ampliar o no el ingreso de nuevos sectores a la escolaridad. Es decir que su acierto o desacierto depende de los condicionantes contextuales, las posibilidades, los medios, recursos con los que cuenta la población, es decir, su éxito está sujeto a si esa educación es pensada desde y con los/las otros/as, no sólo para los otros, como diría Freire.
La educación presencial y la educación a distancia se planifican y desarrollan de manera diferentes. Por eso no es simple que la educación presencial migre a la virtualidad y siga funcionando como si nada sucediera, sobre todo cuando los datos que arroja el INDEC nos dice que el 63% de la población tiene una computadora en su hogar, es decir, casi la mitad de la población no accede a una computadora. Esto sin tener en cuenta aquellos hogares que solo tienen una computadora y que deben compartirla entre cuatro o cinco personas.
Algo nos acontece como sociedad, estamos cambiando, nuestros tiempos, espacios y maneras de estar con los/as otros/as son diferentes.
Pero, ¿Cómo era la sociedad antes del COVID-19? ¿Cómo era la educación antes del aislamiento social? ¿Era mejor? ¿Todos teníamos las mismas oportunidades de acceder a una educación de calidad? ¿Era una educación que garantizara el ingreso al mercado laboral? Seguramente nuestra respuesta es no. Por eso partimos este escrito diciendo que estamos en un momento donde los contrasentidos de la educación se revelan con más fuerza que de costumbre, existieron antes del COVID-19.
Tonucci, uno de los referentes en educación, nos dice: «La contradicción que encuentro es que la escuela quiere demostrar que se puede seguir como antes, y sigue siendo una institución de clases y deberes”. Entonces, ¿Por qué insistir con hacer lo mismo cuando “todo ha cambiado”?
El gran desafío que se nos presenta a los educadores y educadoras, nuestro reto es pensar en una educación para los nuevos tiempos, sabiendo que “enseñar no es transmitir conocimiento, sino crear las posibilidades para su propia producción o construcción” como nos enseñara Paulo Freire.
*Directora del Área de Educación del ISEPCi de la Provincia de Salta