La actual crisis nos pone por delante la oportunidad de mirar por encima de las exigencias de los acreedores externos, pensando en un plan para después de la pandemia.
Escribe: Isaac Rudnik
“Durante el último año (refiere al 2019) el crecimiento mundial disminuyó drásticamente. Entre las economías avanzadas, el debilitamiento ha sido generalizado y ha afectado a las grandes economías (Estados Unidos y, especialmente, la zona del euro) y a las economías avanzadas más pequeñas de Asia. El enfriamiento de la actividad ha sido más pronunciado entre las economías de mercados emergentes y en desarrollo, como Brasil, China, India, México y Rusia, así como en algunas economías aquejadas por tensiones macroeconómicas y financieras”. (FMI Informe octubre 2019).
Entre las características principales de esta situación, el informe marca: contracción en la industria automotriz, principalmente en Alemania y China; las crecientes tensiones entre EEUU y China por disputas comerciales y tecnología; contracción de la demanda china, principalmente de productos intermedios; todo lo cual a su vez impulsa una desaceleración de la inversión y el comercio global.
La publicación del Fondo Monetario, que analiza la evolución del primer semestre de 2019, vaticinaba resultados para todo ese año y marcaba tendencias descendentes para el presente que expresan movimientos estructurales de la economía global, particularmente en el campo de la producción industrial, que van mostrando un camino de crisis que no encuentra salida desde hace más de una década. En este contexto la irrupción de la pandemia es un factor que acelera los pasos hacia un fuerte estancamiento que ya roza las fronteras de una recesión global.
Desde principios del presente año a la fecha, salvo breves lapsos alcistas signados por diversas maniobras especulativas, las bolsas más importantes del mundo no dejaron de caer. Entre el 17 de febrero y el 17 de marzo, en la bolsa de valores de Nueva York, el Dow Jones industrial perdió el 32%, y el promedio de las 500 empresas más importantes descendió un 24%; Londres bajó 31%; Frankfort 37%; Bruselas 41%; París 36,5%; Madrid 38%, Moscú 40%; Tokio 28%; Sudáfrica 35%; Brasil 28%; Buenos Aires 30%. Solo Shangai acotó en esos 30 días su quebranto a un 7%. En los días posteriores -sobre el final de marzo- las bajas continúan al mismo ritmo sin encontrar piso. Estas pérdidas, en un período tan corto, para muchas empresas son superiores a las que tuvieron en 2008; y en general son similares o superiores a las que hubo en 1930.
“Estamos ingresando en una crisis más profunda que la del 2009”
(Kristalina Georgieva Directora del FMI)
Día a día, independientemente de los vaivenes de la pandemia, las declaraciones de los economistas de todo el mundo y de las más diversas orientaciones van reflejando las consecuencias negativas de la marcha de la economía global. Hoy mismo la propia directora del FMI afirmó que “estamos ingresando en una crisis mas profunda que la de 2009.” (27/03)
Si bien hay altibajos que están signados por infinitas maniobras especulativas que cada minuto mueven miles de millones de dólares en dinero ficticio, no es posible dejar de observar que hay un hilo conductor entre las tendencias globales de la economía global y el comercio internacional que desaceleran su crecimiento. Mientras, en los países centrales, se acumulan sucesivas crisis bursátiles desde los años 2018 y 2019, que en estos días alcanzan ribetes impensables e inexorablemente se van reflejando en las economías de los países. Distintos pronósticos auguran una baja del 6% en el PBI de EEUU en el primer semestre de este año y un 25% (veinticinco) para el segundo, mientras el desempleo alcanzaría tres millones trescientos mil trabajadores.
«Los daños en la economía global no sólo son complicados de dimensionar, sino sobre todo difíciles de pronosticar los tiempos de recuperación»
La llegada del coronavirus -en solo dos meses- genera una situación que quizás no hubiera detonado semejante magnitud, si no venía asentada sobre bases frágiles. Como se sabe, el desconocimiento del virus para el que aún no hay vacuna ni medicamento eficaz, por ahora obliga a tratar de impedir todo tipo de contacto con él como único tratamiento posible. Los aislamientos, las cuarentenas, las parálisis de todas las actividades de la producción, de la educación, recreativas, etc., que no son indispensables, y que impliquen contacto cercano, quedaron suspendidas en casi todos los países, lo que hasta el momento se ha mostrado como la manera más eficiente de detener el avance hacia mayores contagios. La economía global que ya venía fuertemente averiada está sufriendo daños, no solo complicados de dimensionar en su magnitud, sino sobre todo, difíciles de pronosticar en los tiempos de recuperación.
Argentina: crisis y oportunidad
Nuestro país viene atravesado por una profunda crisis económica, consecuencia de la desastrosa gestión de cuatro años del macrismo. La herencia de la casi inconmensurable deuda externa, desde el principio operó sobre la cabeza del nuevo Gobierno como un condicionante que acotó sus posibilidades de desarrollar un plan que trascendiera los límites de los pasos inmediatos. Resolver prioridades como la lucha contra el hambre, y la lucha contra la pobreza buscando sumar poder adquisitivo a los sectores de menores recursos mediante el aumento de sus ingresos directos e indirectos, fueron objetivos que marcaron los primeros pasos. Pero siempre condicionados casi minuto a minuto por la renegociación de la deuda pública, de cuyo resultado parecía depender cuánto de todo lo que se produce en el país, nos quedará para encarar un plan de crecimiento y desarrollo que nos permita mirar por encima de la voluntad de acreedores que supuestamente prestaron recursos que nunca ni vimos ni utilizamos, pero que estamos obligados a devolver.
Cada semana estábamos pendientes de las reuniones del Ministro de Economía con los representantes del FMI y de los acreedores privados, tratando de adivinar cual sería la propuesta del Gobierno, y cuál la respuesta de estos depredadores históricos de nuestro país. Cuánto podríamos disponer para que en los próximos años lográramos desplegar una nueva etapa de crecimiento -aunque fuera moderado- que nos permitiera salir del estancamiento y del aumento de la desigualdad, o sea encarar un período de crecimiento y desarrollo.
El 17 de marzo, pocos días después que la OMS declarara la pandemia, y se comprobaran varios casos de contagio en nuestro país, Matías Kulfas y Martín Guzmán anunciaron una serie de medidas apuntadas a sostener la actividad económica nacional, y que implican romper con algunos de los límites impuestos y autoimpuestos por la negociación con los acreedores externos. El Gobierno pasó a priorizar, además de la salud de los argentinos como reiteradamente dice el Presidente, a nutrir de recursos -aún insuficientes- al funcionamiento económico interno, que no dejaba de sufrir golpe tras golpe. Lo más importante es que lo hizo a costa de ampliar un déficit fiscal que junto al corcet de la restricción monetaria, parecían intocables. El paquete anunciado suma un 2% del PBI, seguramente se alimentará con emisión y nada se rompió. Al contrario, en la medida que las condiciones de la cuarentena comiencen a flexibilizarse, se van a empezar a sentir plenamente sus efectos beneficiosos.
“La decisión correcta es mantener la cuarentena, pero esta debe ir acompañada de nuevas medidas económicas que trasladen mayores recursos hacia las franjas de la población que se encuentran en los deciles de menores ingresos”
La lucha por contener el avance de la pandemia -según todas las recomendaciones de sanitaristas y de infectólogos, y el resultado de las experiencias de otros países- exige prorrogar la cuarentena, lo que implica continuidad de la cuasiparálisis de la actividad económica. A su vez la prolongación de esta situación pone en mayores dificultades a los estamentos mas bajos de una sociedad profundamente segmentada. Desde los sectores de más vulnerables hacia arriba, los efectos nocivos de la cuarentena van afectando a las diversas capas de nuestra sociedad en relación inversamente proporcional a los ingresos que reciben. A menores ingresos los efectos son mas negativos.
Si la decisión correcta es mantener la cuarentena, esta debe ir acompañada de nuevas medidas económicas que trasladen mayores volúmenes de recursos hacia las franjas de la población que se encuentran en los decibeles de menores ingresos. Primero hacia los que habitualmente se sostienen con trabajos informales no registrados que hoy han desaparecido, pero también hacia los asalariados de remuneraciones más bajas, jubilados, monotributistas, y demás sectores postergados. Algunas se han venido anunciando, aunque a veces van llegando atrasadas y con resultados insuficientes. Pero lo cierto es que han sido pensadas para una cuarentena de doce días que ahora se extendería por un lapso similar.
Duplicar los días de cuarentena requiere, como mínimo, ampliar en la misma proporción los paquetes fiscales volcados a la actividad económica interna. No hay otra alternativa, y es el que están tomando en todos los países del globo, encabezados por las potencias capitalistas en crisis.
Tomar este camino necesariamente implica repensar la negociación con los acreedores externos, en un contexto en que el avance hacia una eventual recesión global pone en debate cual será la salida. Si estará enmarcada en los márgenes que pone el capital financiero como en la crisis de 2008 o buscará algún camino alternativo.
Lo cierto es que ahora la Argentina también debe priorizar las necesidades impostergables de nuestra población que esta crisis ha profundizado, postergando para más adelante las promesas de pagos externos.
La actual crisis nos pone por delante una oportunidad de mirar por encima de las exigencias de los acreedores externos, pensando en un plan para después de la pandemia.